martes, 29 de julio de 2008

El significado del color azul


Los colores reflejan estados de ánimo, sentimientos, ilusiones y formas de ser. En el momento de elegir algún color, pocas personas se plantean sobre los significados que tiene y los efectos que provoca. Lo cierto es que cada color tiene su propia historia y simbología. Por ejemplo, en la tradición cristiana el azul representa a la Virgen María, sinónimo de la pureza y la virginidad. En el simbolismo antiguo, el azul escenifica el conocimiento espiritual. Los colores reflejan estados de ánimo, sentimientos, ilusiones y formas de ser.
En el momento de elegir algún color, pocas personas se plantean sobre los significados que tiene y los efectos que provoca. Lo cierto es que cada color tiene su propia historia y simbología. Por ejemplo, en la tradición cristiana el azul representa a la Virgen María, sinónimo de la pureza y la virginidad. En el simbolismo antiguo, el azul escenifica el conocimiento espiritual.
El azul puede expresar confianza, reserva, espiritualidad, orden, armonía, afecto, amistad, fidelidad y amor. Cuando elegí este color para mi blog, lo hice sin pensar en todo esto, y en el momento de investigar sobre él me quedé sorprendido. Resulta que el individuo que elige este color es una persona que posee una amplia capacidad para comunicar y cuenta con grandes ideales. Es alguien que le gusta la franqueza y la sinceridad. Tanto es así que su lema hasta se podría definir como “el que siempre lleva la verdad por delante", aunque en algunas circunstancias esa característica pueda llegar al extremo de herir a alguien. Es un sujeto diplomático, muy divertido y siempre está buscando tareas para realizar. Además, es un hombre que disfruta empezando todo tipo de proyectos, ya que tiene una gran fortaleza de espíritu y su mente suele estar muy abierta para debatir y reflexionar.
Es el color principal de las cualidades intelectuales: inteligencia, ciencia y la concentración. Por otro lado, el azul disminuye las tensiones y los síntomas de stress, combatiendo la jaqueca y el insomnio.

miércoles, 23 de julio de 2008

Enfermos del cuerpo



Se levantaba a las cuatro de la mañana. Salía al pasillo de su casa en medio de la oscuridad y enfilaba hacia la heladera. A tientas, buscaba sus dos bananas para comenzar su rutina. Mientras las comía, recordaba las palabras de su nutricionista: “por la noche, el cuerpo entra en un metabolismo de destrucción total de las proteínas”. Volvía a la cama, pero no por mucho, y a las ocho saltaba del colchón. Esta vez, él y su cuerpo se preparaban para ingerir un plato de leche con cereales acompañado con un jugo exprimido y dos rodajas de pan negro integral. Todo coronado, por supuesto, con tres o cuatro claras de huevos. De ahí, al gimnasio para realizar una hora y media de ejercicios, no sin antes comer un sándwich de queso.
A las 11, se preparaba una plancha de ravioles con aceite de oliva. Un par de horas más tarde, almorzaba dos bifes con ensalada. Antes de las 3 de la tarde, volvía a entrenarse por otra hora y media. A la hora del té, merendaba así: se servía un litro de leche en una licuadora y, entre sorbo y sorbo, mordía un pedazo de banana. Más tarde, a las 19:30, se tomaba una especie de sopa de arroz con dos huevos. Luego, el último rush en el gimnasio hasta completar su rutina diaria de entrenamiento. Agotado, llegaba a su casa con hambre y sed: cenaba una pechuga de pollo con ensalada, tomaba agua y ponía el reloj a las cuatro de la mañana.
Así vivía David Fernández (34) cuando se preparaba para competir en el mundo del físico culturismo, su sueño desde que a los 21 años empezó a ir al gimnasio. En ese reducto de pesas y aparatos, pasaba entre cuatro y cinco horas todos los días, a excepción de los domingos. Realizaba tres entrenamientos diarios de una hora y media. Sin embargo, el sacrificio pudo más y no aguantó. Hace tres años largó la competencia y decidió abrir su propio gimnasio en el barrio de Martínez. Ahora se entrena, sí, pero no se vuelve loco. Prefiere preparar la rutina de ejercicios a sus clientes. Para él, la vigorexia no es una enfermedad. Argumenta que quienes hablan en contra de la cultura del cuerpo, lo hacen por envidia. “A mí me gustaría preguntarle a toda esa gente que critica a los físico culturistas si no les gustaría tener un cuerpo así cuando están en la playa”, agrega.
Pero, ¿qué es la vigorexia? La vigorexia es un trastorno donde las personas realizan prácticas deportivas en forma continua con un fanatismo muy alto, a punto tal de poner a prueba constantemente su cuerpo sin importar las consecuencias. Hay algunos vigoréxicos que sólo buscan la figura perfecta influenciada por los modelos actuales que propone la sociedad de consumo. Otros, los deportistas, desean ser los mejores en su disciplina exigiendo al máximo su organismo hasta alcanzar su meta. Los adictos al ejercicio practican deportes sin importar las condiciones climáticas, o si sienten alguna molestia o indisposición, a punto de enfadarse y sentirse culpables cuando no pueden realizarlo satisfactoriamente o alguien critica dicha actividad.
Generalmente, estas personas tienen baja autoestima y muchas dificultades para integrarse en sus actividades sociales habituales. Son introvertidos y rechazan o les cuesta aceptar su imagen corporal. Su obsesión con el cuerpo comparte muchos rasgos con la anorexia en la mujer.
Cuando una persona practica un deporte hasta extenuarse, el organismo comienza a producir una sustancia, denominada endorfinas, que alivia los síntomas de cansancio. Esto le permite al cuerpo poder continuar con el trabajo por más tiempo. Las endorfinas constituyen un grupo de hormonas que produce el propio organismo como un mecanismo de defensa ante diversos estímulos. A medida que pasa el tiempo, se requiere una cantidad cada vez mayor para poder soportar el dolor, lo que acarrea serias consecuencias. Todo esto lleva al desarrollo de una verdadera adicción a las endorfinas.
Las principales consecuencias que la vigorexia trae son numerosos problemas orgánicos y lesiones que aparecen cuando la práctica deportiva es excesiva. Por otra parte, las desproporciones entre las partes corporales son muy frecuentes, por ejemplo, un cuerpo muy voluminoso con respecto al tamaño de la cabeza. La sobrecarga de peso en el gimnasio repercute negativamente en los huesos, tendones, músculos y articulaciones, provocando desgarros y esguinces crónicos. La alimentación es otro problema muy frecuente e importante, ya que consumen muchas proteínas e hidratos de carbono y poca cantidad de grasa en un intento de favorecer el aumento de la masa muscular. Esto les ocasiona terribles trastornos metabólicos. Por último, el uso de anabólicos también se asocia a la vigorexia, por el intento de la persona de mejorar su rendimiento físico e incrementar el volumen de sus músculos.
Néstor Callá, deportólogo del Club Atlético Platense, define a los anabólicos como “sustancias que sirven para desarrollar integralmente el uso de las proteínas en el organismo, un componente básico para el crecimiento de los músculos, los huesos y la piel. Éstas mejoran la masa muscular y la contextura física desde el punto de vista estético, no así de lo deportivo”.
Hernández empezó a consumir anabólicos hace ocho años para “tener un alto rendimiento físico y un crecimiento muscular importante”, dice. Y agrega: “Competir actualmente en el físico culturismo es muy difícil si no se consumen estas drogas, ya que se necesita una cantidad muy grande de testosterona que el cuerpo humano no posee”. La testosterona es una hormona que segrega el testículo que determina la aparición y mantenimiento de los caracteres físicos y psíquicos propios del sexo masculino.
Según Callá, el 90% de los chicos que consumen anabólicos no consulta previamente con algún médico. Se basan simplemente en la referencia popular de que estas sustancias mejoran las condiciones físicas de una persona. Se informan sobre el tema a través de Internet, en donde existen sitios “underground”, que les indican cómo hacerlo, qué cuidados deben tener y qué cantidad pueden tomar. “Eso es muy peligroso, porque en la Web aparece un montón de gente que dice ser físico culturista y por ahí no ni tiene idea sobre farmacología. Es decir, no posee la capacidad para recomendarle a alguien un plan o ciclo que le sea útil”, cuenta Hernández.
En referencia a los efectos que produce el uso de anabólicos, el deportólogo fue claro: “Su uso en forma controlada y no desmesurada, no provoca ningún tipo de agresividad ni trastorno. Usados en forma desmedida, pueden llevar a una alteración de las proteínas en forma no muy grata”. E insiste: “El consumo desmedido de estas sustancias tiene mucho que ver con el nivel social de una persona. En una familia en la que existe un diálogo constante, seguramente el adolescente no tomará anabólicos sin consultar con un médico, quien le va a orientar si está capacitado o no para consumirlos, y le va recomendar un ciclo determinado. En cambio, en un nivel social más bajo es muy difícil orientar al adolescente, ya que tiene una formación más precaria y el contacto con sus padres es nulo”.
Estas sustancias son utilizadas mediante el consumo de una dosis que varía de acuerdo a la actividad física que la persona desarrolle. Un físico culturista toma entre 20 y 80 miligramos por día, dividiendo la dosis a lo largo de la jornada. El consumidor no puede ingerir toda la dosis completa en una sola toma porque puede tener consecuencias adversas. “Un cliente mío, un adulto de 38 años que usaba anabólicos desde hacía bastante tiempo, poco a poco comenzó a excederse del plan. Además, tomaba la dosis diaria completa justo antes de realizar los ejercicios. Los anabólicos le comieron las paredes del intestino y tuvo cinco fisuras intestinales. Estuvo internado por un mes y ahora no puede entrenar nunca más en su vida”, relata Hernández.
Callá aclara que “a contramano de lo que se dice, los anabólicos no son adictivos. Sin embargo, tal como ocurre con toda medicación que se toma, no se puede dejar de utilizarlos de forma inmediata, si no que se deja mediante ciclos por la cantidad de efectos que provoca. Si la persona que está tomando una droga y no respeta esos ciclos, le puede producir daño en la masa muscular, una especie de abstinencia, alteración cardiaca y la sensación de trastornos depresivos. A los anabólicos hay que abandonarlos paulatinamente”.
Los anabólicos pueden llegar a causar la muerte porque hay que tener en cuenta que no todos pueden consumirlos. Los que sufren de diabetes o tienen problemas cardíacos tienen completamente prohibido consumirlos. Además, muchas veces se suelen mezclar con corticoides (esteroides), que son otra clase de anabólicos con sintetizantes hormonales, y con componentes energéticos. “Toda combinación con algún tipo de droga nunca es positiva, ya que puede provocar trastornos cardíacos, depresivos y de ansiedad”, advierte Callá.
En general, los anabólicos son utilizados por personas que hacen físico culturismo, y también por adolescentes que confunden estas sustancias con energizantes, que son dos cosas totalmente distintas. “Los más chicos están en peligro, porque muchas veces el consumo de los anabólicos es el paso siguiente al uso de otra droga mayor”, afirma el deportólogo.
David Hernández realiza estudios médicos regulares para controlar los efectos nocivos de estas sustancias. “Mientras los estudios me sigan dando bien, voy a seguir usando anabólicos. De todos modos, se que a partir de los 40, la cosa se empieza a complicarse, ya que el hombre está más propenso a tener cáncer de próstata y los anabólicos lo estimulan”, asevera. Sin embargo, el paraíso del cuerpo tiene su pequeño infierno. Después de ocho años de consumo, tuvo importantes complicaciones por el uso de estas drogas. Tener el nivel de libido muy alto, problemas testiculares, de eyaculación y de agresividad, forman parte de los afectos secundarios típicos de un consumidor de estas drogas.
Hernández levanta la vista. Se arremanga la remera. El tintineo metálico de las pesas parece llamarlo. Decide terminar la entrevista despidiéndose con un fortísimo apretón de manos. Se da media vuelta, toma la pesa y levanta 100 kilos como si fuera una pluma. “Uno”, dice y escupe aire por la boca. “Dos”, y vuelve a repetir la secuencia... “Trees”. “Cuuaatro”. “Ciinncoo”. “Seeiiiss. “Siieeteee”...

viernes, 11 de julio de 2008

Los Profesionales


A contra mano del mundo, en la Argentina el rugby sigue siendo amateur. ¿Capricho dirigencial o falta de recursos para generar capitales? ¿El éxodo es la única salida?


El rugby posee características únicas que lo distinguen de los otros deportes. Se logra un fuerte compañerismo entre los jugadores de un mismo club, y se juega con mucha garra y por amor a la camiseta. La pasión por el rugby se debe también a que hay muchos clubes con tradición y que practican este deporte de forma seria y continuada. Además, los torneos tienen un alto grado de competencia y un excelente nivel.
Leonardo Lowry tiene 29 años y juega al rugby en el club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) desde los cuatro. Comenzó a practicar este deporte por iniciativa de sus hermanos que, por ese entonces, ya jugaban en el club. Los lunes, martes y jueves, sale de la productora “Dalí” y se va directamente a entrenar junto con sus compañeros. “Los entrenamientos son duros – dijo – y hay que ir bajo todas las circunstancias aunque llueva o haga dos grados bajo cero. Es un sacrificio muy grande y siempre hay que estar."
Los aspectos positivos del rugby son la amistad y la unión que se genera con los colegas con los se comparte cada momento. Los que lo juegan se hacen muy fanáticos de este deporte. Por esta razón, los rugbiers dejan de lado otras cuestiones. Lowry explicó que varios de sus compañeros hasta abandonaron sus estudios o sus trabajos para poder contar con más tiempo para entrenar.
En los demás deportes amateurs no hay tanta pasión y dedicación de tiempo como ocurre con el rugby. “Debe ser por la escuela que tuvieron todos los jugadores en los clubes, en donde se les inculcó el respeto hacia el rival, y por la forma en que te enseñan que aquí uno tiene amigos y que se juega por la camiseta. Si uno no se sacrifica por el otro, no va a conseguir nada”, aclaró.
La vida de Maximiliano Marticorena siempre giró alrededor del rugby, deporte que jugó por más de 25 años. Sin embargo, lo tuvo que abandonar para poder crecer en su trabajo. Él fue el fisioterapeuta de Los Pumas durante el mundial que se disputó el año pasado en Francia, y además, es el kinesiólogo del seleccionado de Buenos Aires desde 2003 y del club Newman hace tres años. También trabajó en el ámbito del fútbol ya que fue el fisioterapeuta del Club Atlético Nueva Chicago durante tres temporadas. Afirmó que el rugby es mucho más formativo y más solidario que el fútbol. “Hay mucha amistad, uno puede empezar jugando desde los 5 años y por ahí hasta los 30 sigue teniendo los mismos compañeros. Eso en el fútbol no pasa. Un futbolista comienza su carrera en Platense. En la próxima temporada es transferido a River y después de un tiempo se va a Europa. Un mismo equipo te puede durar, como máximo, uno o dos años, más no”, aseguró.
Los rugbiers extranjeros siempre cuando se enfrentan al seleccionado argentino se quedan impresionados por la garra que tienen “Los Pumas”. Le pasó a John Barclay, el tercera línea de Escocia, quien dijo que “acá en la Argentina juegan con una pasión extrema.” Ante esta afirmación, Andrés “Perica” Courreges, añadió: “Los argentinos tienen una entrega total tanto física como mentalmente. No se hace el lesionado para no poder jugar. Todo lo contrario: está lesionado y quiere jugar igual. Hay varios que juegan todo el campeonato con los ligamentos cruzados lesionados. Continuamente están hipotecando su físico, lo que en un futuro les ocasiona muchos problemas. Tengo ex compañeros de rugby que ahora tienen terribles inconvenientes en las rodillas, los hombros o en la espalda.”
Courreges jugó en el plantel superior del CASI por más de 20 años y fue hoocker de “Los Pumas” desde 1979 hasta 1988. Actualmente se dedica a exportar jugadores a la comunidad europea. “Comenzó por llamados telefónicos de ex jugadores del seleccionado de Francia y que luego pasaron a ser entrenadores o dirigentes de un club y me decían que necesitaban a tal jugador, a tal otro”, agregó.
“Perica” comentó que cada vez más jóvenes van a jugar a Europa. Sin embargo, el ex puma dijo que el rugby argentino está lejos de profesionalizarse, ya que “es muy diferente a todo el rugby del mundo”. “Acá la pirámide la forman los clubes y si la Unión Argentina de Rugby (UAR) hace de este deporte profesional va en deterioro de las bases. Además, se hace muy difícil porque no hay dinero como para sostener a todos los clubes. En las ligas de Inglaterra y Francia cada vez más clubes chicos dejan de participar, producto de que el buen jugador en seguida comienza su etapa individualista y no colectiva. Los clubes argentinos tienen más jugadores que una institución profesional. Entonces, el profesionalismo levanta un nivel superlativo de la punta de la pirámide, pero disminuye la plataforma. Esa destrucción de la plataforma hace peligrar a muchos clubes”, expresó. El mismísimo Bernard Lapasset, presidente de la International Rugby Board (IRB), en su última visita al país, se quedó sorprendido por la infraestructura de los clubes argentinos.
"Hay mucha diferencia física entre un rugbier profesional y uno amateur. Un jugador del campeonato local entrena entre 250 y 300 horas por año. En cambio, un jugador profesional, entre 1200 y 1400 horas anuales. Un amateur trabaja, estudia y se tiene que ocupar de otras cosas, mientras que un profesional de lo único que debe preocparse es de entrenar y de jugar. Además, recibe casa, auto, viáticos y premios. Acá los jugadores se entrenan, luego de una larga jornada laboral, desde las 21:30 hasta las 12 de la noche, dependiendo del club”, indicó Courreges.
Lowry cree que en un futuro solamente un grupo de elite se va a dedicar al profesionalismo, porque si no “el rugby argentino desaparecería”. “Pero no así las bases. Inclusive a la IRB le interesa que la UAR mantenga esta estructura porque ven que brinda buenos resultados”, declaró.
El rugbier de GEBA se crió jugando de manera amateur y contó que lo pudo disfrutar mucho. “No me dedicaría al profesionalismo porque no me interesaría irme a jugar a otro club y con otra gente. Por ahí, si tuviera 10 años menos me hubiera encantado vivir del rugby y me hubiera roto el alma entrenando, dedicándole todo mi tiempo disponible”, narró. Siguiendo la misma línea, manifestó que “si un jugador es profesional, entrena por las mañanas todos los días y tiene la tarde libre para estar en su hogar. Sin embargo, no vive nada de lo lindo del rugby, que es justamente ese sacrificio que se hace por jugar.”
Lowry tiene amigos que tuvieron la posibilidad de irse a jugar a Italia y a España. Cada vez que habla con ellos le dicen que se mueren de ganas por volver al club. Y están viviendo del rugby que fue siempre un sueño para ellos. “Eso es así porque no es lo mismo jugar por la camiseta que por el dinero. Y Ojalá que en un futuro los más chicos no apunten sólo a jugar por el profesionalismo, si no que lo hagan por amor al deporte, que es lo más lindo que existe”, concluyó.