miércoles, 11 de junio de 2014

El eterno dilema entre el dólar y la devaluación

Luego de que el dólar se mantuviera “congelado” a 8 pesos desde mediados de enero de 2014, las expectativas de los agentes de que en algún momento éste iba a volver a subir, provocó que hubiera una mayor demanda de la moneda estadounidense. Y, tal como sucede en cualquier mercado en una situación de exceso de demanda, se produce una presión alcista sobre su precio. Esto automáticamente se tradujo en una subida del dólar en el mercado marginal. Este aumento, a su vez, llevó a que crecieran aún más las expectativas de que el dólar oficial tendría un salto importante en su cotización. Hay que recordar lo que sucedió a principios de año cuando el Banco Central de la República Argentina (BCRA), frente a una coyuntura de especulación por el estancamiento del tipo de cambio- la cual llevaba a una pérdida de divisas, ya que los exportadores no liquidaban divisas esperando la depreciación y lo importadores se apresuraban en realizar sus operaciones-, resolvió correrlo un 20% para contener la incertidumbre que se desarrolló durante todo 2013.

La devaluación tuvo un efecto positivo al comienzo. La liquidación de las cosechas de oleaginosas y cereales a mediados de abril, le permitió al BCRA acumular reservas por 1.213 millones de dólares, fortaleciendo la balanza comercial, la cual se estaba contrayendo a gran velocidad. Finalmente se volvió al anclaje del tipo de cambio, lo que generó nuevamente una especulación en torno a él. En gran parte, este contexto se debe al estancamiento económico que atraviesa el país, donde los shocks que aplica el Gobierno surgen un relativo efecto a corto plazo pero no resuelven la situación de fondo. La falta de un plan de estabilización provoca un estado de avance y retroceso que no permite establecer claras expectativas que permitan a la inversión, tanto externa como interna, darle el empuje que la economía precisa.

La estrategia de mover el tipo de cambio nominal, si bien sirvió en el corto plazo, no tuvo un efecto sostenible en el tiempo, ya que cuatro meses después de la devaluación de enero se volvió a plantear la necesidad de una nueva depreciación del peso o de micro devaluaciones para aplacar el impacto de la estabilización cambiaria. El aumento del tipo de cambio real consiguió destrabar la situación de los exportadores y se disminuyó el nivel de las importaciones. Una economía pequeña como la argentina no posee la fuerza necesaria en el mercado para variar los precios internacionales de la soja que se deciden en la bolsa de Chicago. La devaluación provoca una mejor rentabilidad para los exportadores. No obstante, al estar estos últimos vinculados con la actividad agrícola no reaccionan de una forma muy elástica a los cambios de precios (internos en pesos). Por otra parte, el proceso inflacionario que atraviesa el país genera que el tipo de cambio real empiece a ser menos competitivo, ya que el alza de los precios va desgastando el valor de la divisa.

Dentro de este marco, la alternativa del Gobierno de realizar una nueva devaluación podría provocar una nueva disparada del nivel de precios internos. Teniendo en cuenta que la inflación esperada interanual ronda el 40% -según estadísticas no oficiales- otra depreciación elevaría aún más este porcentaje. Tal como explica Olivier Blanchard en su libro Macroeconomía, un aumento de la inflación esperada lleva a los agentes a utilizar menos el dinero y a reducir sus saldos monetarios reales. Sumándole a esta problemática el hecho de que las paritarias de los principales sindicatos cerraron en torno al 30%, los trabajadores perderían entre un 5% y un 10% de su salario real en el año. De concretarse esta realidad, el consumo se contraería todavía más, e impactaría, consecuentemente, tanto en la inversión como en la producción. El alza de los precios desgastaría los efectos competitivos de la anterior devaluación, llevando a que las autoridades analicen nuevamente la necesidad de mover el tipo de cambio, entrando en un círculo vicioso de depreciaciones que debilitarían sistemáticamente la economía del país.

Al no ser saludable para la coyuntura actual una nueva corrida cambiaria y que no estarían dadas las condiciones para generar una política fiscal expansiva, debido a que nos encontramos en una situación de nula movilidad de capitales, este último aspecto es el que debería revisar el Gobierno para tratar de expandir la economía. El acuerdo con el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI) y el Club de París y el pago acordado con Repsol por la expropiación de YPF, pone en evidencia la intención de las autoridades de dirigirse en esa dirección. La posibilidad del ingreso de capitales podría darle el dinamismo que necesita la economía, siempre y cuando se realicen los pertinentes controles estatales con el objetivo de no repetir el error que se cometió en la década de 1990 durante el mandato de Carlos Menem.

Por Luciano Simón y David Coppa