viernes, 25 de abril de 2008

Buenos Aires, ¿aires nuevos?




Eran las 11 de la mañana de un viernes de mediados de abril. La ciudad de Buenos Aires, al igual que los días anteriores, estaba envuelta en humo, con su consecuente horrible olor. Un humo que había llegado a Capital Federal y a otras zonas de la provincia por la quema de pastizales en las islas del Delta del Paraná por parte de productores rurales para que los nuevos brotes crezcan rápidamente. Este mismo humo ya se llevó la muerte de siete personas por accidentes en la ruta 9 por la baja visibilidad en tan sólo una semana. A raíz de esto, el Gobierno decidió cortar algunas autopistas que provocaron, a su vez, enormes filas de tránsito en las calles porteñas. Aquí, algunos vecinos se quejan e insultan a los productores. Otros, culpan a las autoridades por su reacción tardía en tratar de controlar este problema. No se quiénes tendrán razón. Lo único que sé es que este fenómeno produce tos, irritación de las mucosas (ojos, fosas nasales y boca), dolores de cabeza y falta de aire en aquellas personas que sufren de asma o de alguna enfermedad pulmonar.
Bajo este panorama, caminando por las calles del barrio de Belgrano observé que la mayoría de los encargados de los edificios llevaban puestos barbijos que les impedían, al menos por un tiempo, respirar este olor insoportable. Me di cuenta también de que muchos vecinos marchaban más rápido de lo que solían hacerlo habitualmente. Noté mal humor y mal estar en ellos. Una única pregunta se me cruzaba por la cabeza: ¿Habrá alguien que se beneficia con estos días de humo? Mi duda me llevó a entrar en la farmacia “Farmacity”, ubicada en la esquina de la avenida Luis María Campos y Virrey Loreto. Al ingresar, lo primero que noté es que los empleados estaban alterados, como si estuvieran corriendo. Allí, Silvia me comentó:
-“En la mañana de ayer vendimos más que en un mes. La gente pide gotas para los ojos y caramelos y pastillas para la garganta.” Justo en ese momento se encontraba una mujer quejándose de que no conseguía en ningún lado barbijos.
En la intersección de Soldado de la Independencia y Libertador, existe otra droguería, llamada “Nueva Franco”. Este local es pequeño y humilde. Desde lejos uno no se da cuenta de que realmente es una farmacia hasta que se acerca a ella. En el negocio atienden Pedro y Jorge, dos hombres de mayor edad, que me dijeron:
- Por la cuestión del humo, las ventas de barbijos aumentaron un 50%. Además, se nos agotaron todos los medicamentos para la alergia y el ardor de la garganta.
Seguí dando vueltas por las calles de Belgrano y me tropecé con la botica “Deuco de Belgrano”, que está ubicada en Luis María Campos 1269. Cuatro señoras son las encargas del local. Rita, una delgada y simpática empleada de unos aproximadamente 55 años, me explicó:
- Todas las gotas para los ojos y la nariz, barbijos, los caramelos de propoleo para la garganta y comprimidos antialérgicos se agotaron. Más allá de que durante esta semana las ventas aumentaron más del 50%, la verdad es que no tengo ningún beneficio. Yo soy alérgica y también sufro de asma. Cuando no hay tantos clientes, aprovecho para ponerme gotas en los ojos y colocarme el barbijo.
¡Basta de farmacias! Era evidente de que si entraba en otra me iban a decir lo mismo. Además, todavía me faltaban varios negocios por recorrer. En la calle Federico Lacroze al 1863, en la puerta de una lavandería se encontraba de pie Andrea, una joven muy tímida que se asustó en el momento en que le pregunté. “Si bien es cierto que todas las personas se quejan de que se les impregna el olor a humo en sus ropas, el número de prendas que traen a lavar no subió.” Su respuesta me hizo desconcertar, ya que creía que me iba a decir algo totalmente diferente. De todos modos, seguí con mi peregrinación. A medida que se iba acercando al mediodía, cada vez se veían más personas en la calle. El humo de a poco se iba diluyendo. Caminé una cuadra más adelante y pasé por enfrente de una veterinaria. Me detuve por un momento y observé que solamente había un cliente en el interior. Ingresé y lo primero que escuché fueron diversos ladridos de perros. Ahí se me acercó sonriente Susana, la encargada del lugar, a la que le pregunté:
-¿A los animales también les afecta el humo? No - contestó ella - a las mascotas no les inquieta de la misma manera que a la gente.
Otra contestación que no me esperaba, ya que había leído en varios medios que esto sí sucedía. Luego de despedirme amablemente, continué con mi búsqueda. Entré a una peluquería, que está en la avenida Luis María Campos a unos metros antes de llegar a la intersección con la calle Teodoro García. Allí interrumpí a Sergio, un señor flaco y alto de unos 40 años, quien se encontraba cortándole el cabello a una señora que poseía un fuerte aspecto inglés. Ante mi pregunta, me indicó:
- Muchos clientes se quejan de que su pelo tenga un terrible olor a humo, con lo que, más allá de querer cortárselo, piden que se les lave bien el cabello para que posea un aroma agradable. Sin embargo, no noté que hayan venido más personas al local en estos días.
Solamente me quedaba una cuestión que resolver. Ante estos casos, suponía que la gente utilizaría más taxis o remises para movilizarse aunque sea por un corto recorrido. Luego de esperar a que el semáforo de la calle Olleros se colocara en rojo, le pregunté al primer taxista que frenó si era cierto lo que yo creía. El chofer, con una gran muestra de desinterés en conversar conmigo, declaró que "el movimiento no varió con respecto a los días en que la ciudad no olía a humo".
Fin del recorrido. Ya eran las 12:25 y debía a regresar a la facultad a contarle al profesor mi experiencia sobre este acontecimiento raro e histórico, ya que ninguna persona hubiera imaginado que un día su ciudad estuviera teñida de gris.

“Ser el fisioterapeuta de Los Pumas en el mundial fue una de las cosas más lindas que me pasó en la vida”


Maximiliano Marticorena
• Edad: 32 años
• Licenciado en Kinesiología en la Universidad del Salvador
• Durante más de 25 años jugó al rugby en el club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires.
• Desde 2002 hasta 2005 fue el fisioterapeuta del plantel profesional del Club Atlético Nueva Chicago y desde 2003 trabaja junto al seleccionado de rugby de Buenos Aires. Hace tres años que es el kinesiólogo del club Newman y fue el fisioterapeuta de Los Pumas en el mundial de rugby de Francia, disputado el año pasado.


El rugby siempre estuvo presente en la vida de Maximiliano Marticorena. Practicó este deporte en el club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA) por más de 25 años. Lo tuvo que dejar en 2005, año en que empezó a trabajar como kinesiólogo del club Newman. Sentado en la mesa del living – comedor de su departamento ubicado en el barrio de Palermo, con música de fondo, el fisioterapeuta del seleccionado argentino de rugby realiza una recorrida de su trayectoria como profesional. Dice extrañar “terriblemente” su época como jugador y exalta los valores que brinda el rugby, tales como la amistad y el compañerismo.

-¿Por qué eligió ser fisioterapeuta?
- Cuando terminé la secundaria no tenía muy en claro qué estudiar. Como mi mamá es abogada, empecé a hacer el CBC para abogacía, pero en seis meses me di cuenta que no era lo mío y lo dejé. Entonces, por recomendación de dos amigos del club, decidí estudiar Kinesiología en la UBA en 1996 porque tenía mucho que ver con el deporte, que en fin era lo que realmente me gustaba. Allí permanecí por dos años porque algunas materias las tenía que cursar los sábados, lo cual me impedía jugar los partidos para GEBA. Como no me quería perder los encuentros, decidí continuar la carrera en la Universidad del Salvador, donde finalmente me recibí en 2001.

- ¿Cómo es tu rutina en la actualidad?
- Los lunes, miércoles y viernes atiendo de 10 a 14 en el consultorio privado que alquilo desde hace tres años. Además, soy el fisioterapeuta del club de rugby Newman con el que tengo dos contratos. Por un lado, por ir a los entrenamientos, que son los martes y jueves de 20:30 a 23:30, y por estar en los partidos que generalmente se juegan los sábados, atendiendo a los jugadores de la pre-intermedia, intermedia y la primera. Por otro lado, tengo que atender en el consultorio que está dentro del colegio del club, ubicado en el barrio de San Isidro, donde estoy de lunes a viernes de 16 a 20 y mi función es realizar la rehabilitación entera a los jugadores lesionados.

-Usted fue durante tres años fisioterapeuta del plantel profesional del Club Atlético Nueva Chicago, ¿qué diferencias nota entre el rugby y el fútbol con relación a tu trabajo?
-La principal diferencia que noto es que un jugador de rugby tiene mucha más voluntad para trabajar que un jugador de fútbol. Además, es más leal. Con esto quiero decir que si un jugador de rugby sufre una grave lesión, y después de un largo tiempo de rehabilitación el fisioterapeuta junto con los otros médicos le dicen que ya puede volver a jugar y se vuelve a lesionar, no se enoja con el trabajo de uno, sino que entiende que todos pusieron lo mejor para él. En cambio, un futbolista empieza a buscar culpas. Por esta razón, cuando se habla de que el juego de rugby es más formativo, más solidario y es un deporte en conjunto, no son frases hechas, sino que realmente es así. Hay mucha amistad y se comparten muchas cosas. Uno puede empezar jugando desde los 5 años y por ahí hasta los 30 se sigue teniendo los mismos compañeros, tal como me pasó a mí. Sin embargo, un jugador de fútbol empieza en Argentinos Juniors, al otro año es transferido a Racing, en la otra temporada es fichado por River y más adelante se va a México o a Europa. Un mismo equipo te dura uno o dos años, más no. Esto en rugby no pasa y por eso prefiero trabajar en este deporte.

-¿Extrañas esa época como jugador?
-Si, terriblemente. Más que nada porque no dejé de jugar porque quise, sino por una cuestión de trabajo y para crecer más como profesional. Por otra parte, a un jugador de rugby se le hace muy difícil encontrar otro deporte que lo satisfaga de la misma manera que lo hacía el rugby. Yo cuando jugaba, ya había recibo ofertas de otros clubes como San Fernando, Regatas, Alumni, que rechacé para seguir un poco más. Hasta que en 2005 me llegó la oferta de Newman, que acepté sin dudar y la verdad que no me arrepiento para nada.

-¿Por qué decidiste trabajar en Newman y no en GEBA donde eras un hombre de la casa?
-Porque cuando me recibí, ya estaba un fisioterapeuta trabajando en el club hacía mucho tiempo que era Carlos Gutman, entonces no había lugar para otro kinesiólogo. Por eso elegí un club grande como es Newman para desarrollarme profesionalmente. Además, estoy muy cómodo, de hecho tengo mi propio consultorio allí.

-Usted habló de los aspectos positivos que posee el rugby, ¿nota algún aspecto negativo?
-Si, al mismo tiempo que en el rugby el nivel de compañerismo y amistad es muy fuerte, hay mucho egoísmo con respecto a las demás personas que no pertenecen a ese círculo. El grupo de rugby es muy cerrado entre sí, dejando a la familia y el estudio a un tercer o cuarto plano. Este deporte es puro sacrificio y te quita demasiado tiempo. Uno se vuelve fanático del rugby.

-¿Cómo llegó a trabajar con el seleccionado argentino de rugby?
-A fines de 2005 tuve la posibilidad de ir con los Pumas a una gira en Sudáfrica siendo el masajista del equipo. En otro partido, contra Samoa, volví a ser el masajista. A mediados de 2006 voy por primera vez como kinesiólogo a una gira en Portugal que duró tres semanas, donde se jugó el Nation Cup, un torneo en el que jugaron Italia, Portugal, Rusia y Argentina. A fines de ese año, se organizó otra gira que se jugó en Londres contra Inglaterra, en Roma contra Italia y en Paris contra Francia. Ya para ese entonces el fisioterapeuta era Sergio Carossio, quien me llamó y me comentó que había una posibilidad de que yo fuera a esa gira. Luego de varias conversaciones, acepté ir y a partir de ahí creo que fue lo que me catapultó a estar cada vez más como fisioterapeuta de los Pumas. En marzo de 2007, vino a un entrenamiento el técnico Marcelo Loffreda y me anunció que habían decidido entre todos que yo fuera el segundo kinesiólogo del seleccionado argentino durante el mundial.

-¿Qué sentiste cuando te enteraste que ibas a ser el fisioterapeuta de los pumas en el mundial?
- En esa gira de noviembre de 2006 fue la primera vez que trabajaba con Carossio en los pumas y con los jugadores había recolectado una muy buena relación. Pero existían otros fisioterapeutas que ya venían trabajando con los pumas hace bastante tiempo y no sabía en realidad que es lo que iba a pasar. Cuando supe que iba a estar en el mundial, sentí una emoción tremenda, hasta se me cayeron algunas lágrimas (risas).

-¿Qué experiencias rescatas?
-Profesionalmente hablando, fue algo muy positivo. La verdad que aprendí mucho ya que trabajé con jugadores de primer nivel bajo presión tanto en los entrenamientos como en los partidos. Además, estuve en todo el momento acompañado por Carossio, quien es un kinesiólogo al que realmente admiro. Todo eso me enriqueció y me hizo mejorar como profesional. Fue una de las cosas más lindas que me pasó en la vida y lo disfruté al máximo cada momento.

-¿Cómo fue tu relación con Marcelo Loffreda y con el resto del plantel?
-Tuve una relación muy buena y tenía mucha comunicación, que eso es fundamental. Loffreda es una persona muy correcta y educada. Y con los jugadores la verdad que espectacular. A muchos ya los conocía de antes y en mi época como jugador hasta me tocó enfrentarme con ellos en algún partido, como por ejemplo con Ledesma, Nicolás Fernández Miranda, Horacio Agulla, Alberto Basualdo, Ignacio Fernández Lobbe y a los hermanos Contepomi, que ya los conocía de Newmam. De esta manera se me hizo mucho más fácil adaptarme al grupo.
Por otro lado, nos divertíamos demasiado en los tiempos libres. Estábamos siempre juntos. Encima tuve la suerte de poder cumplir los 32 años justo un día después de la victoria con Georgia con punto bonus incluido, así que el festejo fue doble. Ese día se hizo un asado para todo el plantel en el hotel y justo nos tocó un día hermoso. Nos distendimos mucho, siempre me voy a acordar de ese día.

-Ante la salida de Marcelo Loffreda, ¿va a seguir formando parte del plantel?
-El jueves pasado el nuevo entrenador Santiago Phelan nos convocó a mí y a Carossio a una reunión, donde nos comunicó que su idea era que sigamos trabajando juntos ya que los jugadores le comentó que estaban contentos con nuestro trabajo. Obviamente que nosotros aceptamos y la verdad que estoy muy feliz de poder seguir. Ya dentro de tres semanas, cuando termine el campeonato argentino, vamos a empezar a entrenar en vista a los tres amistosos que tenemos en julio.

-¿Qué expectativas tiene para un futuro?
-Seguir capacitándome. En estos momentos estoy estudiando la Licenciatura en Osteopatía en la UBA y quiero terminar con esta carrera que es muy importante. Deseo seguir en Newman y con el seleccionado de Buenos Aires y obviamente continuar con los pumas. Por otro lado, la Kinesiología en la Unión Argentina de Rugby (UAR) está todavía muy desordenada. Por eso, este año con Carossio tenemos un reto muy importante que es tratar de mejorar eso. La verdad que persigo el objetivo de mejorar cada día en lo profesional.